kramer imitando al presidente piñera | Farandula y Noticias
lunes, 12 de julio de 2010

kramer imitando al presidente piñera

Vale la pena volver por un minuto al saludo desganado de Bielsa, en su reciente visita a La Moneda, convertido en minucia en comparación con la imitación que Kramer hiciera del Presidente, en TVN. Ambos vienen ser “la guinda de la torta” de una seguidilla de episodios similares ocurridos en pocos días. La alarma la dio Alex Buchheister en una columna en La Tercera, presumiendo razones ideológicas por parte de los ofensores del Presidente. Posteriormente, han surgido críticas a la estrategia comunicacional del gobierno, escalando hasta tocar a la ministra Von Baer, cuestionada por pasiva por el senador Allamand, que hubiera esperado de ella el rol de escudera del Presidente.

El debate no se terminará acá y el estilo de Piñera, a no ser que se pretenda encadenarlo, seguirá generando oportunidades para que el rol presidencial sea puesto en entredicho. Sin embargo, no se entiende tanto aspaviento. En el pasado, los presidentes concertacionistas han enfrentado situaciones similares y cada uno lo sorteó como buenamente pudo. Hasta del período de Aylwin, tocado por la epifanía de la recuperación a la democracia, se recuerda su episodio con los trabajadores del cobre. Frei no dio mayor ocasión para ello porque delegó en sus ministros el contacto con el exterior, aunque reservándose para sí las salidas al extranjero.

Lagos ya pudo comprobar, en carne propia, lo que significa convertirse en obsesión para algunos ya el ambientalista Mariano Rendón le pisaba los talones. Con Bachelet, saltaron a la fama los deudores habitacionales, acosándola literalmente desde el Congreso hasta su lugar de veraneo. Además, resulta difícil olvidar el episodio de Chiguayante, cuando fue acusada de abuso de la tragedia. No olvidemos que, en el pasado reciente, hasta algunos ministros han enfrentado situaciones bochornosas. Es el caso de la ex ministra Jiménez cuando recibió un jarro de agua en su propia cara.


El fenómeno tiene ribetes sociológicos, pero también individuales. La modernización ha traído consigo un cambio de las bases sociales en las que solía descansar la autoridad. La irreverencia y descrédito desborda el ámbito de las instituciones políticas, para llegar a pilares fundamentales como la escuela y la iglesia. Adicionalmente, los analistas ya vienen advirtiendo un fenómeno curioso en materia de adhesión presidencial: Piñera se mantiene en el porcentaje de su elección, pero su gobierno lo supera.

Se señala que la credibilidad sería uno de los atributos más debilitados, descansando la explicación en los conflictos de interés que todavía lo atenazan. Recordemos que ha bajado en el atributo de la confianza, según Adimark: de 66% con que contaba en marzo a 57%, en junio.

Sin embargo, acostumbrados a ver los atributos como independientes en sí, nadie se pregunta si este problema no estaría salpicando otro atributo que mucho se le reclamó a Bachelet en su momento. Nos referimos a la autoridad, que también ha experimentado una merma: de 77% ha bajado a 69%.

El sexismo pone también de su parte en la forma cómo se nombran y se explican situaciones similares. Mientras a Bachelet, frente a insolencias varias que le tocaba enfrentar, se le adjudicaba falta de liderazgo, en el caso de Piñera, se interpreta como desacato y falta de respeto. No olvidemos que Bachelet apeló, en su momento, a la figura del femicidio político como recurso para ilustrar el doble estándar utilizado, esencialmente por los medios, para evaluar el desempeño por sexo, así como a las exigencias de sobremérito que experimentan las mujeres. La figura para aludir al asesinato de imagen que vivía por esos días la figura de la Presidenta fue acuñado por Punto Final, quien adjudicaba responsabilidades específicas a la derecha. Hoy, según Buchheister, los victimarios son miembros de lo que denomina “antiguo régimen”, no dejando de resultar paradójico que encabece la nómina un hombre reposado y prudente como es el rector de la Universidad de Chile.

Los quejumbrosos reclamos de respeto y cuidado de su figura, capitaneados por su hija, no dejan de evocar una cierta forma de victimización a la que Navia alude como “piñericidio”, no tanto porque el primer mandatario evite ser comparado con su antecesora sino para eludir el incómodo ingrediente de sexo que este asunto pudiera encerrar. Lo que está claro es que Piñera tiene un problema de liderazgo y deberá transitar un camino no previsto para hacerse respetar, trago duro de admitir cuando se es hombre. Sus cercanos, además, sin pretenderlo, han contribuido a elaborar su propia fórmula de masculinicidio político.

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